Article amb Ismael Blanco, publicat a Catalunya Plural el gener de 2025 a Catalunya Plural.
https://catalunyaplural.cat/ca/laccio-col%c2%b7lectiva-en-transicio-cartografies-de-mobilitzacio-ciutadana/
Resultan habituales, últimamente, las reflexiones que señalan el fin de los ciclos políticos más recientes: el del 15M y el del ‘procés’ soberanista. Se argumenta que estos ciclos habrían agotado su capacidad de generar cambios relevantes en los marcos institucionales, en los sistemas de partidos o en las expectativas ciudadanas. Parece razonable. Y tal vez el ‘paradigma de los ciclos’ resulte útil para interpretar esa sucesión de escenarios. La lógica de ciclos, de hecho, está bien asentada en el estudio de la acción colectiva. Las dinámicas de movilización social dibujan oleadas que irrumpen y remiten, pero también germinan y producen efectos. Los avances históricos en derechos incorporan siempre las huellas de esos procesos de implicación ciudadana. Adquiere sentido entonces formular ciertas preguntas en torno al ciclo de acción colectiva de los últimos quince años: ¿se ha movilizado la ciudadanía?, ¿ha servido para algo?. Explorar claves de respuesta a estos interrogantes requiere abordar tres dimensiones: los factores estructurales o de contexto; los rasgos que caracterizan las dinámicas ciudadanas; y los impactos que se han ido generando.
1. El contexto. Se despliega, con el siglo XXI, un abanico de transiciones múltiples (climática, tecnológica, habitacional, sociodemográfica…) que van dibujando una nueva era; un escenario inédito, más allá de la sociedad industrial, donde se perfilan trayectorias vitales y retos colectivos sin precedentes. Se trata de dimensiones de cambio complejas, nada fáciles de descifrar, cruzadas por dos potentes lógicas transversales: el proceso de individualización y el estallido combinado de incertidumbres y complejidades. La individualización, en clave sociológica, debilita las condiciones de vinculación entre las personas y la polis (considerada esta, por lo menos, en sus términos tradicionales). Los espacios de vida se van insertando en las ‘gramáticas del yo’. La erosión de marcos de sociabilidad directa dificulta la construcción de comunidad y de acción colectiva. Se complica incluso la posibilidad de reflexiones compartidas en torno a lo exigible a la política democrática. Vivimos, en segundo lugar, un tiempo social de discontinuidades biográficas y brechas múltiples; así como una era ecológica de fenómenos imprevisibles con impactos socioambientales mucho más complejos (desde olas de calor extremo a ‘danas’ devastadoras).
Todo ello se traslada al campo de lo político y se expresa con fuerza en el conjunto de sus esferas: en los problemas de los partidos tradicionales para procesar los cambios; en el desencaje de época entre la agenda clásica de bienestar y la estructura emergente de fracturas y valores… Y, con mucha intensidad, en las nuevas dinámicas de acción colectiva. En efecto, el análisis del ciclo reciente, conectado a su contexto estructural, aporta un primer elemento relevante: más allá de las tradiciones ‘movimentistas’ del siglo XX, las nuevas expresiones de movilización han tendido a articularse en territorios de frontera e intersección entre las dimensiones ecológica, cultural y económica que configuran el cambio de época. Son dinámicas emergentes que fuerzan las costuras de las identidades y los cauces movilizadores propios de la sociedad industrial. Las prácticas, además, no se activan desde grandes narrativas, sino desde la experiencia de los agravios. El sindicalismo inquilino, el mantero o las Kellys, por ejemplo, cristalizan en el cruce entre ejes laborales, culturales, urbanos y de género. La acción colectiva frente a infraestructuras que agreden territorios y ecosistemas (ampliaciones de puertos o aeropuertos, por ejemplo) ensamblan la dimensión ecológica con la transición hacia economías post-crecimiento.
2. Las dinámicas. Los movimientos sociales del ciclo reciente desbordan ciertas ‘rutinas’ y despliegan un nuevo repertorio de acciones más disruptivo que convencional, aunque reconocible desde las propias trayectorias vitales de las personas protagonistas (impedir desahucios, huelga feminista). Emergen sujetos que comparten situaciones de explotación de sus respectivas vulnerabilidades: lo comunitario como vector básico de acción colectiva (mareas ciudadanas, alianza contra la pobreza emergética) Se desarrolla, en clave territorial, una tendencia a la ‘toma del espacio’, a la ocupación de plazas, calles y rotondas (15M, cadena humana del 11S, ‘revolta pagesa’). Se trata de un abanico de prácticas orientadas a la apropiación social de lugares comunes: más geografía que historia; más utopías cotidianas que ideológicas. A la proximidad se suman las redes globales-digitales, las multitudes conectadas. Nos referíamos antes al nuevo marco tecnológico como motor de individualización; sí, pero la esfera digital transforma también soledades en interacciones. El ciberactivismo articula voces más distribuidas y horizontales, donde se enlazan el testimonio personal y el terreno (virtual) compartido. Internet, como ecosistema de movilización, transfiere saberes y repertorios ‘situados’ a escala planetaria. Tres ejemplos. El 8 de marzo de 2017 se convoca en 50 paises la primera huelga feminista; en octubre de ese mismo año se viraliza el #MeToo. En 2018 el movimiento #Fridays4Future emerge como un entramado digital de acción climática con acciones en 700 ciudades. En 2020 un ciudadano afroamericano (George Floyd) es asesinado por la policia: se propaga a escala mundial el #BlackLives Matter.
Más allá de las dinámicas de movilización, cobra fuerza en el nuevo ciclo un campo de acción colectiva que situa la autonomía y la cooperación como ejes centrales. Han surgido (o fortalecido) un mínimo de tres tipos de experiencias: a) las prácticas de ‘disidencia urbana’: engarzan con la tradición libertaria y cristalizan en viviendas recuperadas, escuelas populares, ateneos y espacios autogestionados; b) las iniciativas de ‘innovación social’: irrumpen tras la gran recesión conectadas a la cobertura de necesidades materiales y erigen luego vías alternativas de producción y acceso a bienes comunes (cooperativas de consumo agroecológico, espacios de crianza compartida…) y c) las redes de ‘apoyo mutuo’: activan lazos comunitarios para enfrentar -por medio de lógicas solidarias- vulnerabilidades materiales y relacionales que los impactos de la covid-19 dejan al descubierto. En este conjunto de experiencias confluyen algunos rasgos que las dotan de centralidad en el contexto más reciente de acción colectiva: capacidad de hibridación con movilizaciones sociales; orientación a crear y empoderar nuevos sujetos colectivos; apuesta por generar alternativas con capacidad de prefigurar, de forma tangible, escenarios más amplios de transformación (comunes urbanos y digitales, redes de movilidad colectiva y autogestionada…).
3. Los impactos. El cambio de época enmarca, como hemos visto, nuevas configuraciones de acción colectiva, y estas generan, a su vez, un renovado abanico de efectos sobre políticas públicas y sobre formas de gobernanza. En el campo de los movimientos sociales, sus impactos recientes pueden trazarse sobre avances en derechos básicos y transición ecológica. El rol del sindicalismo ha resultado clave en la reversión de décadas de precariedad laboral (reforma de 2022). El conjunto formado por la ‘renta garantizada de ciudadanía’ (ILP y ley catalana de 2017) más el ‘ingreso mínimo vital’ (ley estatal de 2021) ha operado como uno de los ejes centrales del escudo de protección frente a las consecuencias sociales de la gran recesión y la pandemia. Las dinámicas de movilización y propuesta ciudadana han empujado también de forma relevante la progresiva (e incompleta) construcción del derecho a la vivienda: desde la normativa de 2015 -fruto de otra ILP- ante la emergencia habitacional y energética, hasta la reciente ley estatal (2023), que habilita mecanismos de regulación pública de los precios del alquiler. Cabe destacar, en Barcelona, la aprobación pionera de la reserva del 30% para vivienda protegida en suelo urbano, promovida por una amplia alianza de movimientos sociales. En clave ecológica, la implicación popular ha sido fundamental para paralizar la ampliación del aeropuerto de Barcelona, un proyecto anclado en la economía fósil y la irresponsabilidad ambiental.
En el campo prefigurativo, la incidencia más relevante de las prácticas sociales sobre las esferas de gobernanza puede observarse en la extensión de las lógicas de comunalización: tejer lo común como alternativa tanto a las burocracias (donde lo estatal y el bien común se desencajan) como a la mercantilización de necesidades y relaciones. Durante buena parte del siglo XX, las dicotomías estado/mercado y movimiento/institución, generaron articulaciones colectivas que muestran hoy síntomas de agotamiento. Han surgido frente a ello procesos de reconstrucción de lo colectivo desde la hibridación público-comunitaria; desde la intersección entre políticas de proximidad y experiencias de autonomía. Dinámicas de comunalización que van permeando territorios (polos y ecosistemas cooperativos, organización comunitaria de los cuidados), infraestructuras sociales (redes de gestión cívica y patrimonio ciudadano) y vectores clave de la transición ecosocial (desde cooperativas de consumo agroecológico a comunidades energéticas o viviendas cooperativas).
4. Apuntes finales. Este conjunto de elementos, en síntesis, cartografían el ciclo más reciente de acción colectiva. El contexto importa siempre, más aún en un escenario como el actual: un marco de transformaciones sistémicas en lo cultural, lo ecológico y lo socioeconómico. Claro que los procesos de individualización, incertidumbre y mayor complejidad imponen unas condiciones de elevada dificultad a la articulación de vínculos y lazos comunitarios. Pero incluso así, ‘la nave va’. Nada nos lleva a concluir que estos últimos años hayan evidenciado más apatía colectiva, o menor capacidad de traducir inquietudes y malestares en impugnaciones y alternativas de base. Se han ido alterando, en todo caso, agendas, repertorios, claves organizativas y producción de significados. También las dinámicas de implicación ciudadana han transitado su propio cambio de época. Cuesta quizás reconocerlas desde los parámetros del siglo XX.
Los movimientos sociales y las prácticas de autonomía crecen también ahora en espacios de intersección. El antiguo eje de conflicto capital-trabajo pierde centralidad. Las transiciones se disputan en todas las dimensiones. El conflicto capital-vida (vida más allá del trabajo y en clave ecológica) ha empezado a operar como paradigma donde se dirimen no solo futuros alternativos, sinó la posibilidad misma del futuro. Las lógicas de acción colectiva se van tornando más líquidas, más comunitarias y más digitales, de forma simultánea. En el nuevo escenario se reconocen impactos que amplían derechos y también nuevas hibridaciones: estructuras público-comunitarias con potencial de superar la heredada tensión entre institucionalización y resistencia. Todo ello irá generando futuras dinámicas. ¿Hasta qué punto se conseguirán frenar retóricas de odio y de punitivismo; de miedo y de intransigencia? ¿hasta qué punto se conseguirá que los derechos feministas, la renta básica, la vivienda asequible, la habitabilidad del planeta o la democracia comunal se incorporen, ahora sí, a las cláusulas de un nuevo contrato ecosocial? No será fácil. Pero nunca lo ha sido. Y la acción colectiva de orientación progresista ha contribuido, en cada coyuntura histórica, a empujar las fronteras de lo posible. Y ahí está, también ahora.