07 de juliol, 2016
Hacia la nueva metrópolis
(Text de l'article que em publica El País 7 de Juliol de 2016)
En 1987 la Corporació Metropolitana de Barcelona (CMB) fue abolida al hilo
de las leyes de régimen local, impulsadas por el gobierno de CiU. En aquel
tiempo, el conflicto se relató en términos de lucha de poder en el territorio, al servicio de uno u otro modelo
de país (maragallista o pujolista). Más allá
de Barcelona, los municipios metropolitanos parecieron verse poco reflejados en
las claves de la disputa. Quizás la desaparición de la CMB truncó, a la vez,
dos procesos en marcha: el de maduración de un gobierno metropolitano con
capacidad real de desarrollo de políticas; y el de plasmación de un esquema
territorial monocéntrico, articulado por relaciones de jerarquía espacial entre
Barcelona y el resto de la metrópolis. Han pasado muchos años, ha cambiado casi
todo. En 2010, el Parlament restituyó –esta vez por ley aprovada de forma unánime- la dimensión institucional del
Área Metropolitana. Pero el debate sobre el modelo de gobernanza y los
equilibrios socio-territoriales sigue bien abierto. Quizás exista hoy una
estructura de oportunidades que permita plantearlo en condiciones inéditas. Y
merezca la pena aprovecharla, para forjar un salto cualitativo hacia una
metrópolis más democrática; y con más justicia social, espacial y ambiental.
Durante las tres últimas décadas, el municipalismo democrático ha sido un
factor potente de transformación urbana. En el área metropolitana, los
municipios que crecieron desde una lógica de periferia han ido forjando sus
propios proyectos de ciudad. Y configuran hoy una red mucho más sólida de
identidades y tejidos sociales; un entramado que dota a la metrópolis de un
carácter policéntrico, que convoca a fortelecer relaciones horizontales. La crisis y la austeridad han dejado, en cambio, un
rastro de nuevas exclusiones sociales y desigualdades urbanas. Las costuras de
la cohesión metropolitana se tensionan por sus barrios más frágiles, y por sus
colectivos más vulnerables. La escala metropolitana reaparece con fuerza como
marco necesario de la redistribución; de reconstrucción de dignidades sociales y urbanas. Hoy enfrentar
ese desafío implica hacerlo desde lógicas de innovación democrática; y desde
una agenda diferente de políticas públicas. Se trataría de repensar la institucionalidad
metropolitana: como espacio intermunicipal compartido, y con más y mejor
vinculación ciudadana. Una perspectiva superadora de riesgos centralistas y de
viejas dinámicas tecnocráticas. No es fácil, pero el escenario de nuevo
municipalismo y de empoderamiento colectivo lo hace posible.
Emergen retos en dos planos. Por una lado el de la gobernanza democrática. Es
interesante afrontar la posible elección directa de un gobierno metropolitano. Pueden aportarse argumentos en una u otra
dirección. La lógica vertebradora de nuestro entramado institucional se asienta
en la elección municipal directa y -sobre la base de esos resultados- la
constitución de las esferas supramunicipales. Cabe cambiar esa lógica en el ámbito metropolitano? La cuestión requiere un
debate inclusivo de todas las miradas, y en especial de las ciudades más
frágiles. Hay un aspecto sin embargo que me parece especialmente
relevante. El área metropolitana no es un mero ámbito de gestión, es un espacio
de naturaleza política. Se deciden actuaciones estratégicas (urbanismo,
vivienda, movilidad, ciclo del agua..) que expresan valores en conflicto, dirimen modelos alternativos, y generan impactos directos sobre la vida cotidiana. No deberían por tanto esas políticas inscribirse en marcos de
elección directa, deliberación democrática y control ciudadano?. La población
que teje cada día la ciudad metropolitana, no debería constituir también su demos, el sujeto político de la
metrópolis?. Una nueva gobernanza en todo caso como oportunidad de cambio: de articulación de redes municipales cooperativas, de conexión con prácticas sociales, de
orientación comunitaria.
La segunda dimensión del reto es de carácter sustantivo: la metrópolis
democrática como espacio de construcción del bien común. Desde una agenda ambiental audaz, nuestra ciudad metropolitana podría emerger como referente de transición ecológica, de protección del clima y de acción por un aire limpio (la
movilidad sostenible como prioridad). Referente también de avance hacia la
soberanía alimentaria y energética, hacia la gestión pública del agua. El momento es duro. La crisis y la austeridad
nos han dejado una geografia inédita de desigualdades
socio-residenciales; y sabemos que los espacios urbanos más vulnerables cruzan
límites municipales (el Besòs como ejemplo). Son necesarias por tanto políticas de ámbito metropolitano para generar nuevas dinámicas de
inclusión entre colectivos y territorios. La metrópolis funciona además como un
espacio económico integrado. Y el reto de la cohesión se juega también ahí: en la necesidad de conjugar el apoyo
al tejido productivo, con la apuesta por la economía social y
solidaria, y con decisiones a escala metropolitana sobre empleo y salario digno. Un entramado socioeconómico innovador
conectado a la investigación en sus cuatro universidades públicas.
Se trata, en definitiva, de no dejar escapar una nueva ventana de
oportunidad; de afrontar un reto colectivo en buena
parte aún pendiente: construir una metrópolis más democrática,
como espacio político donde hacer posible el derecho a la ciudad.
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