Innovació social i estat de benestar: un futur a construir

 Article publicat a Catalunya Plural (11/5/2022)

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La acción colectiva se expresa de formas muy diversas, con múltiples tensiones e impactos sobre la esfera institucional. Serían inimaginables los avances en derechos socioeconómicos, culturales o de género sin atender a los efectos de los grandes ciclos de movilización que tuvieron lugar en el siglo XX: tras la segunda guerra mundial o tras el mayo del 68. En las últimas décadas, el nuevo contexto histórico, marcado por cambios sociales profundos y por la emergencia de una nueva era urbana, transforma las coordenadas de la acción colectiva: hacia prácticas más diversificadas; y hacia lógicas más ‘situadas’, fuertemente conectadas a los lugares de la cotidianidad. Estos nuevos parámetros ofrecen una ventana de oportunidad para avanzar hacia una ciudadanía social más democrática y localizada, hacia un estado de bienestar orientado a lo común.     

Los elementos de contexto

La última década dibuja un tiempo marcado por dos crisis profundas: la Gran Recesión, con sus enormes impactos sociales en un marco de gestión austeritaria; y la Pandemia, con sus efectos sobre la salud, la actividad económica y las condiciones de vida de los colectivos más vulnerables. Pero más allá de las crisis y sus esquemas concretos de respuesta, subyacen también dinámicas de cambio de época. Se alteran los vectores que habían vertebrado la sociedad industrial. Se desencadena un ciclo de transiciones intensas, múltiples y aceleradas (crisis climática, disrupción digital, incertidumbre y complejidad social, ejes emergentes de conflicto político…) llamadas a redibujar las trayectorias personales y los horizontes colectivos que surcarán el siglo XXI.

En la dimensión espacial, la sociedad industrial cristalizó en el territorio sociopolítico de los estados; el tiempo nuevo se expresa con fuerza en las redes de ciudades. En Hábitat III, 2016, se constata que un 54% de la población mundial es urbana.  Si la dinámica no se trunca, las ciudades pueden llegar a alojar al 70% de la humanidad en 2050. Más allá de las variables demográficas, las ciudades adquieren una clara centralidad en las dinámicas de cambio de época. El escenario emergente presenta un fuerte sesgo urbano. a) En su configuración: la transición digital y la financiarización consolidan la red de metrópolis globales. b) En sus impactos: la vulnerabilidad y la segregación residencial se sitúan en el núcleo de la nueva estructura de riesgos sociales. c) En las respuestas: se despliega el ciclo de innovación municipalista, en el terreno institucional; y el ciclo de diversificación y expansión de la acción colectiva, en el campo de la ciudadanía.

Las nuevas dinámicas de acción colectiva

El doble contexto de transiciones sociales y de desarrollo de la era urbana enmarca el despliegue de un nuevo ciclo de acción colectiva, caracterizado por dos elementos clave. En primer lugar, el giro espacial y cotidiano. A la época de las grandes narrativas y sus movimientos sociales (la sociedad industrial), le sucede un nuevo escenario de prácticas colectivas cuya activación no se produce tanto desde marcos ideológicos sino desde la propia experiencia de los agravios: las personas y poblaciones afectadas devienen activistas. Las movilizaciones y las iniciativas se vinculan a los territorios, a los entornos de vida cotidiana. El hábitat y la proximidad pasan a jugar un papel vertebrador: lo comunitario se convierte en un vector básico de las lógicas emergentes de acción colectiva en el siglo XXI. En segundo lugar, la diversificación y la expansión de prácticas prefigurativas. El siglo XX viene marcado por el predominio de la acción colectiva contenciosa, la desplegada por los movimientos sociales, y arraigada en lógicas de resistencia, denuncia y construcción de conciencia e identidad. En las dos últimas décadas, a esa lógica se suma una acción colectiva encarnada por prácticas de solidaridad y construcción de alternativas. Se trata en realidad de acciones prefigurativas vinculadas a tradiciones autogestionarias y cooperativistas que cobran hoy un nuevo significado histórico. Ambos tipos de acción mantienen operativo un horizonte de incidencia política, como lógica de anclaje de avances cuando se abren brechas de oportunidad.

Un ciclo innovador de movimientos sociales

En las décadas en torno al cambio de milenio se desarrolla una fase de innovaciones relevantes en la dimensión contenciosa de la acción colectiva: se renuevan repertorios (acampadas por el 0,7%, caceroladas contra la guerra…) y se amplian temáticas de movilización: antiracismo, foros sociales mundiales, agenda LGTBI, movimiento okupa… El gran estallido ciudadano del 15M de 2011 marca un nuevo punto de inflexión: retorna el conflicto socioeconómico; y el giro espacial se asienta con fuerza. Emerge un conjunto de dinámicas de movilización conectadas a problemas globales, pero cuya expresión se produce en lo cotidiano. Las grandes narrativas pueden operar como referentes simbólicos y marcos de valores, pero los procesos de denuncia/resistencia generan prácticas fuertemente ‘situadas’: cobran sentido en el territorio.

Asistimos a unos años marcados por el ‘sí se puede’ de la PAH contra los deshaucios, y por el nuevo sindicalismo urbano frente a la especulación y la exclusión habitacional (Sindicato de Inquilin@s); por la acción colectiva de las mujeres en marcos precarizados de economía urbana (Kellys, Sindihogar) y por las mareas ciudadanas en defensa de los servicios públicos (educación, sanidad, cultura). Emergen todos ellos como sujetos que comparten situaciones de explotación de sus respectivas vulnerabilidades. Se articula lo personal y lo comunitario: la autonomía individual se vincula a la reapropiación colectiva de la vida cotidiana. Desde esas nuevas ‘éticas del nosotros’ se generan formatos innovadores de movilización: crean relatos con alta capacidad de creación de sentido común de época; y desencadenan prácticas de carácter rompedor, pero reconocibles a la vez desde las trayectorias y vivencias cotidianas de las personas protagonistas.

La acción colectiva prefigurativa: prácticas de autonomía y cooperación

En paralelo a los cambios en las dinámicas de movilización, cobra fuerza una realidad que conecta la acción colectiva con la construcción del común: la dimensión prefigurativa vehiculada a través de experiencias de autogestión urbana, prácticas de innovación social e iniciativas ciudadanas de solidaridad. Son acciones que, desde la voluntad de ir más allá de las lógicas de denuncia, situan la cooperación como eje de su propio desarrollo. Una nueva gramática de disidencias creativas: espacios de autonomía con voluntad de construir alternativas tangibles, realidades con capacidad de prefiguración de lo deseado a escala general.

a) Las experiencias de autogestión urbana toman forma como expresiones locales y cooperativas del ciclo alterglobalizador. Se da en ellas una fuerte presencia de la ‘cultura de la autonomía’ que cristaliza en iniciativas de autotutela de derechos, siendo referentes los bloques de viviendas okupadas, las escuales populares o los espacios y equipamientos autogestionados. b) Las prácticas de innovación social nacen conectadas a la cobertura de necesidades básicas y no renuncian a alterar relaciones de poder en el territorio. Su irrupción se encuentra relacionada con los impactos de la Gran Recesión. La reactivación económica posterior ofrece un contexto que permite transitar de prácticas reactivas a estratégicas, que erigen modelos alternativos de producción y acceso a bienes comunes: desde grupos de crianza compartida hasta cooperativas de consumo agroecológico; desde masovería urbana hasta comunidades energéticas locales.  c) La pandemia y sus efectos provocan un nuevo giro en la lógica colaborativa: emergen redes e iniciativas ciudadanas de solidaridad orientadas al apoyo mutuo, a la activación de lazos vecinales, para enfrentar las vulnerabilidades relacionales y materiales que la covid-19 deja al descubierto. Se intensifica la dimensión comunitaria del bienestar, por medio de lógicas de apoyo y reciprocidad. A escala metropolitana de Barcelona, la encuesta de convivencia del IERMB ha hallado un fortalecimiento de las interacciones vecinales de carácter informal, en el marco de los espacios cotidianos (escaleras y bloques de viviendas; microbarrios…) con mayor densidad relacional. 

El proyecto de investigación colaborativa SOLIVID[1] ha contribuido a localizar y estudiar más de 3.000 iniciativas ciudadanas en territorios y paises de América Latina y sur de Europa. Emerge una geografía compleja de solidaridades que se debate entre prácticas efímeras de choque y apuestas estratégicas; entre la activación de capital social preexistente y nuevas conexiones con exclusiones múltiples; entre formatos organizativos más o menos innovadores; entre lógicas de asistencia y la producción de subjetividades colectivas. Y todo ello cruzado por una dimensión de género que expone tanto brechas ampliadas como espacios de construcción de igualdad y reconocimiento.

Acción colectiva y estado de bienestar

Más allá de estos elementos, aparece un aspecto clave que requiere una reflexión específica: la articulación entre la acción colectiva y la esfera institucional. ¿Hasta qué punto la interacción entre iniciativas ciudadanas y políticas públicas de proximidad puede funcionar como motor de cambios en el modelo de bienestar, como oportunidad de construcción de lo común? El estado de bienestar keynesiano se inscribió en una doble coordenda institucional: un modelo de democracia representativa con procesos limitados de implicación ciudadana; y un esquema burocrático de gestión pública heredero de dogmas weberianos. Ambos parámetros guardan relación: una democracia de baja calidad participativa encaja bien con una administración de baja intensidad deliberativa. Hoy, en pleno siglo XXI, con el fortalecimiento político de la proximidad -de la mano del nuevo municipalismo- y las nuevas formas de acción colectiva se abre una ventana de oportunidad: la articulación entre lo institucional y lo comunitario en una esfera pública compartida. Se trataría de explorar un nuevo espacio de encuentro y de alianzas entre el potencial universalista de las políticas públicas y el potencial democratizador del tejido ciudadano: un reconfiguración del estado de bienestar, orientada a vertebrar lo común más que a gestionar burocracias. 

Este horizonte puede enmarcarse en tres coordenadas: a) El valor de la comunidad como lugar de vinculación entre las personas en entornos de cotidianidad. El sentimiento de pertenencia, la existencia de relaciones de apoyo y reciprocidad convierten espacios en lugares: geografías con significados colectivos. En sociedades complejas el modelo de ciudadanía debería aportar anclajes comunitarios, mixturas  y fraternidades como condiciones de construcción de igualdad. b) El valor del ‘commoning’ como lógica de acción orientada a la construcción de lo colectivo: la búsqueda del bien común a partir de procesos de coproducción entre actores. c) El valor de las redes como forma de articulación en clave de horizontalidad. La gobernanza adopta aquí una arquitectura de sujetos interdependientes. Los avances sociales no pueden ser ya el producto de la acción institucional unilateral sino el resultado del intercambio de recursos entre escalas de gobierno, tejido comunitario y ciudadanía. Estas tres coordenadas pueden fundamentar estrategias diversas de colaboración público-social en escenarios de proximidad:

-Articular marcos de apoyo a las prácticas ciudadanas. La autogestión urbana, la innovación social y la solidaridad comunitaria configuran el tejido de la acción colectiva prefigurativa. La mayoría de esas prácticas emergen en contextos de cotidianidad y no resulta fácil extenderlas. Muchas de ellas nacen desde lógicas reactivas y hallan dificultades para transitar hacia modelos alternativos y estratégicos. Buena parte se desarrollan en barrios de capas medias, de modo que es el capital social y no la vulnerabilidad lo que actúa como fuerza motor de tales pràcticas. La construcción de lo común supone aquí la intersección de esas iniciativas con lo institucional a través de marcos de apoyo que pueden implicar: a) el ‘scaling up’: llevar las iniciativas solidarias más allá de sus límites territoriales y poblacionales originales, con la dimensión digital como brecha de oportunidad; b) el ‘scaling out’: impulsar la réplica de las prácticas más exitosas y su interconexión por medio de redes horizontales, ampliando así el alcance sin perder las ventajas de la proximidad; c) el reequilbrio socioespacial: contribuir a una difusión social y territorial equilibrada de las iniciativas, poniendo el énfasis en su penetración entre los grupos y los barrios de elevada vulnerabilidad.

-Impulsar relaciones estables de coproducción con las prácticas ciudadanas. Asumir los límites respectivos de las políticas públicas tradicionales y de las dinámicas de acción colectiva, debería ser un acicate para el impulso de acciones conjuntas en base a marcos de colaboración estables. La resiliencia de las ciudades ante una crisis profunda e intensa como la actual pasará, en buena medida, por la capacidad de tejer redes de colaboración público-comunitaria que aúnen los recursos institucionales con las energías sociales que la propia crisis ha contribuido a activar. Ello puede plasmarse en un mínimo de tres tipos de alianzas: a) los planes de barrio orientados a reforzar capacidades vecinales de gestión y resolución de problemas, y a dotar de naturaleza comunitaria a las redes de servicios públicos de proximidad; b) la cocreación de políticas, como procesos de implicación del tejido social en todo el ciclo de diseño e implementación, para sumar conocimientos distribuidos y sintetizar inteligencias colectivas; c) la gestión ciudadana de servicios y espacios, para transitar de equipamientos públicos a bienes comunes; para convertir las geografías físicas de prestación de servicios en geografías colectivas de construcción de ciudadanía.

En síntesis, la Gran Recesión primero y la Pandemia después han generado condiciones de extensión e innovación de la acción colectiva. Junto a ello, las transiciones del cambio de época han ido trazando coordenadas de reconstrucción de la ciudadanía más allá del estado de bienestar clásico. En este nuevo campo de juego surge la posibilidad de conectar las políticas sociales de proximidad con las iniciativas ciudadanas de solidaridad, y articular así el campo de lo común como semilla de transformaciones y como gramática de un nuevo contrato social para el siglo XXI.



[1] https://www.solivid.org/ Investigación en red impulsada por GURB, IGOP e IERMB (UAB)