La acción colectiva en transición. Cartografías de movilización ciudadana.

Article amb Ismael Blanco, publicat a Catalunya Plural el gener de 2025 a Catalunya Plural.

https://catalunyaplural.cat/ca/laccio-col%c2%b7lectiva-en-transicio-cartografies-de-mobilitzacio-ciutadana/

Resultan habituales, últimamente, las reflexiones que señalan el fin de los ciclos políticos más recientes: el del 15M y el del ‘procés’ soberanista. Se argumenta que estos ciclos habrían agotado su capacidad de generar cambios relevantes en los marcos institucionales, en los sistemas de partidos o en las expectativas ciudadanas. Parece razonable. Y tal vez el ‘paradigma de los ciclos’ resulte útil para interpretar esa sucesión de escenarios. La lógica de ciclos, de hecho, está bien asentada en el estudio de la acción colectiva. Las dinámicas de movilización social dibujan oleadas que irrumpen y remiten, pero también germinan y producen efectos. Los avances históricos en derechos incorporan siempre las huellas de esos procesos de implicación ciudadana. Adquiere sentido entonces formular ciertas preguntas en torno al ciclo de acción colectiva de los últimos quince años: ¿se ha movilizado la ciudadanía?, ¿ha servido para algo?. Explorar claves de respuesta a estos interrogantes requiere abordar tres dimensiones: los factores estructurales o de contexto; los rasgos que caracterizan las dinámicas ciudadanas; y los impactos que se han ido generando.  

1.  El contexto. Se despliega, con el siglo XXI, un abanico de transiciones múltiples (climática, tecnológica, habitacional, sociodemográfica…) que van dibujando una nueva era; un escenario inédito, más allá de la sociedad industrial, donde se perfilan trayectorias vitales y retos colectivos sin precedentes. Se trata de dimensiones de cambio complejas, nada fáciles de descifrar, cruzadas por dos potentes lógicas transversales: el proceso de individualización y el estallido combinado de incertidumbres y complejidades. La individualización, en clave sociológica, debilita las condiciones de vinculación entre las personas y la polis (considerada esta, por lo menos, en sus términos tradicionales). Los espacios de vida se van insertando en las ‘gramáticas del yo’. La erosión de marcos de sociabilidad directa dificulta la construcción de comunidad y de acción colectiva. Se complica incluso la posibilidad de reflexiones compartidas en torno a lo exigible a la política democrática. Vivimos, en segundo lugar, un tiempo social de discontinuidades biográficas y brechas múltiples; así como una era ecológica de fenómenos imprevisibles con impactos socioambientales mucho más complejos (desde olas de calor extremo a ‘danas’ devastadoras).    

Todo ello se traslada al campo de lo político y se expresa con fuerza en el conjunto de sus esferas: en los problemas de los partidos tradicionales para procesar los cambios; en el desencaje de época entre la agenda clásica de bienestar y la estructura emergente de fracturas y valores… Y, con mucha intensidad, en las nuevas dinámicas de acción colectiva. En efecto, el análisis del ciclo reciente, conectado a su contexto estructural, aporta un primer elemento relevante: más allá de las tradiciones ‘movimentistas’ del siglo XX,  las nuevas expresiones de movilización han tendido a articularse en territorios de frontera e intersección entre las dimensiones ecológica, cultural y económica que configuran el cambio de época. Son dinámicas emergentes que fuerzan las costuras de las identidades y los cauces movilizadores propios de la sociedad industrial. Las prácticas, además, no se activan desde grandes narrativas, sino desde la experiencia de los agravios. El sindicalismo inquilino, el mantero o las Kellys, por ejemplo, cristalizan en el cruce entre ejes laborales, culturales, urbanos y de género. La acción colectiva frente a infraestructuras que agreden territorios y ecosistemas (ampliaciones de puertos o aeropuertos, por ejemplo) ensamblan la dimensión ecológica con la transición hacia economías post-crecimiento.

2. Las dinámicas. Los movimientos sociales del ciclo reciente desbordan ciertas ‘rutinas’ y despliegan un nuevo repertorio de acciones más disruptivo que convencional, aunque reconocible desde las propias trayectorias vitales de las personas protagonistas (impedir desahucios, huelga feminista). Emergen sujetos que comparten situaciones de explotación de sus respectivas vulnerabilidades: lo comunitario como vector básico de acción colectiva (mareas ciudadanas, alianza contra la pobreza emergética) Se desarrolla, en clave territorial, una tendencia a la ‘toma del espacio’, a la ocupación de plazas, calles y rotondas (15M, cadena humana del 11S, ‘revolta pagesa’). Se trata de un abanico de prácticas orientadas a la apropiación social de lugares comunes: más geografía que historia; más utopías cotidianas que ideológicas. A la proximidad se suman las redes globales-digitales, las multitudes conectadas. Nos referíamos antes al nuevo marco tecnológico como motor de individualización; sí, pero la esfera digital transforma también soledades en interacciones. El ciberactivismo articula voces más distribuidas y horizontales, donde se enlazan el testimonio personal y el terreno (virtual) compartido. Internet, como ecosistema de movilización, transfiere saberes y repertorios ‘situados’ a escala planetaria. Tres ejemplos. El 8 de marzo de 2017 se convoca en 50 paises la primera huelga feminista; en octubre de ese mismo año se viraliza el #MeToo. En 2018 el movimiento #Fridays4Future emerge como un entramado digital de acción climática con acciones en 700 ciudades. En 2020 un ciudadano afroamericano (George Floyd) es asesinado por la policia: se propaga a escala mundial el #BlackLives Matter. 

Más allá de las dinámicas de movilización, cobra fuerza en el nuevo ciclo un campo de acción colectiva que situa la autonomía y la cooperación como ejes centrales. Han surgido (o fortalecido) un mínimo de tres tipos de experiencias: a) las prácticas de ‘disidencia urbana’: engarzan con la tradición libertaria y cristalizan en viviendas recuperadas, escuelas populares, ateneos y espacios autogestionados; b) las iniciativas de ‘innovación social’: irrumpen tras la gran recesión conectadas a la cobertura de necesidades materiales y erigen luego vías alternativas de producción y acceso a bienes comunes (cooperativas de consumo agroecológico, espacios de crianza compartida…) y c) las redes de ‘apoyo mutuo’: activan lazos comunitarios para enfrentar -por medio de lógicas solidarias- vulnerabilidades materiales y relacionales que los impactos de la covid-19 dejan al descubierto. En este conjunto de experiencias confluyen algunos rasgos que las dotan de centralidad en el contexto más reciente de acción colectiva: capacidad de hibridación con movilizaciones sociales; orientación a crear y empoderar nuevos sujetos colectivos; apuesta por generar alternativas con capacidad de prefigurar, de forma tangible, escenarios más amplios de transformación (comunes urbanos y digitales, redes de movilidad colectiva y autogestionada…). 

3. Los impactos. El cambio de época enmarca, como hemos visto, nuevas configuraciones de acción colectiva, y estas generan, a su vez, un renovado abanico de efectos sobre políticas públicas y sobre formas de gobernanza. En el campo de los movimientos sociales, sus impactos recientes pueden trazarse sobre avances en derechos básicos y transición ecológica. El rol del sindicalismo ha resultado clave en la reversión de décadas de precariedad laboral (reforma de 2022). El conjunto formado por la ‘renta garantizada de ciudadanía’ (ILP y ley catalana de 2017) más el ‘ingreso mínimo vital’ (ley estatal de 2021) ha operado como uno de los ejes centrales del escudo de protección frente a las consecuencias sociales de la gran recesión  y la pandemia. Las dinámicas de movilización y propuesta ciudadana han empujado también de forma relevante la progresiva (e incompleta) construcción del derecho a la vivienda: desde la normativa de 2015 -fruto de otra ILP- ante la emergencia habitacional y energética, hasta la reciente ley estatal (2023), que habilita mecanismos de regulación pública de los precios del alquiler. Cabe destacar, en Barcelona, la aprobación pionera de la reserva del 30% para vivienda protegida en suelo urbano, promovida por una amplia alianza de movimientos sociales. En clave ecológica, la implicación popular ha sido fundamental para paralizar la ampliación del aeropuerto de Barcelona, un proyecto anclado en la economía fósil y la irresponsabilidad ambiental. 

En el campo prefigurativo, la incidencia más relevante de las prácticas sociales sobre las esferas de gobernanza puede observarse en la extensión de las lógicas de comunalización: tejer lo común como alternativa tanto a las burocracias (donde lo estatal y el bien común se desencajan) como a la mercantilización de necesidades y relaciones. Durante buena parte del siglo XX, las dicotomías estado/mercado y movimiento/institución, generaron articulaciones colectivas que muestran hoy síntomas de agotamiento. Han surgido frente a ello procesos de reconstrucción de lo colectivo desde la hibridación público-comunitaria; desde la intersección entre políticas de proximidad y experiencias de autonomía. Dinámicas de comunalización que van permeando territorios (polos y ecosistemas cooperativos, organización comunitaria de los cuidados), infraestructuras sociales (redes de gestión cívica y patrimonio ciudadano) y vectores clave de la transición ecosocial (desde cooperativas de consumo agroecológico a comunidades energéticas o viviendas cooperativas).

4. Apuntes finales. Este conjunto de elementos, en síntesis, cartografían el ciclo más reciente de  acción colectiva. El contexto importa siempre, más aún en un escenario como el actual: un marco de transformaciones sistémicas en lo cultural, lo ecológico y lo socioeconómico. Claro que los procesos de individualización, incertidumbre y mayor complejidad imponen unas condiciones de elevada dificultad a la articulación de vínculos y lazos comunitarios. Pero incluso así, ‘la nave va’. Nada nos lleva a concluir que estos últimos años hayan evidenciado más apatía colectiva, o menor capacidad de traducir inquietudes y malestares en impugnaciones y alternativas de base. Se han ido alterando, en todo caso, agendas, repertorios, claves organizativas y producción de significados. También las dinámicas de implicación ciudadana han transitado su propio cambio de época. Cuesta quizás reconocerlas desde los parámetros del siglo XX.   

Los movimientos sociales y las prácticas de autonomía crecen también ahora en espacios de intersección. El antiguo eje de conflicto capital-trabajo pierde centralidad. Las transiciones se disputan en todas las dimensiones. El conflicto capital-vida (vida más allá del trabajo y en clave ecológica) ha empezado a operar como paradigma donde se dirimen no solo futuros alternativos, sinó la posibilidad misma del futuro. Las lógicas de acción colectiva se van tornando más líquidas, más comunitarias y más digitales, de forma simultánea. En el nuevo escenario se reconocen impactos que amplían derechos y también nuevas hibridaciones: estructuras público-comunitarias con potencial de superar la heredada tensión entre institucionalización y resistencia. Todo ello irá generando futuras dinámicas. ¿Hasta qué punto se conseguirán frenar retóricas de odio y de punitivismo; de miedo y de intransigencia? ¿hasta qué punto se conseguirá que los derechos feministas, la renta básica, la vivienda asequible, la habitabilidad del planeta o la democracia comunal se incorporen, ahora sí, a las cláusulas de un nuevo contrato ecosocial? No será fácil. Pero nunca lo ha sido. Y la acción colectiva de orientación progresista ha contribuido, en cada coyuntura histórica, a empujar las fronteras de lo posible. Y ahí está, también ahora. 


Reconstruir ciudadanía desde lógicas más fraternales, democráticas y de proximidad

Article publicat a ElDiario.es el 6 de desembre de 2024

https://www.eldiario.es/opinion/tribuna-abierta/reconstruir-ciudadania-logicas-fraternales-democraticas-proximidad_129_11863214.html

Entre el mundo que va surgiendo de las grandes transiciones en marcha (climática, cultural, demográfica, digital…) y las políticas públicas heredadas del viejo contrato social (también en sus impugnaciones neoliberales) se produce un desencaje sistémico. El estado de bienestar clásico fue la respuesta, pero el cambio de época altera las preguntas. Las complejidades e incertidumbres radicales que enfrentamos requieren dinámicas fuertes de acción y protección colectiva. Los valores y las formas de instrumentar esa protección, sin embargo, exigen transformaciones que pueden explorarse a partir de un triple eje: innovar, democratizar y territorializar las políticas públicas. 


Innovar (construir fraternidad). En el núcleo de un nuevo contrato ecosocial para el siglo XXI reside la articulación de igualdad con diferencias, y de autonomía personal con vinculación comunitaria. Las brechas económicas y culturales interseccionan en desigualdades y discriminaciones. La superación de ambas requiere enlazar políticas de igualdad (predistributivas y redistributivas) con políticas de reconocimiento de diversidades de orígen, género, edad o funcionales. Los derechos colectivos, por otro lado, se reescriben desde gramáticas de autodetermación personal; sin ellas, la igualdad esconde siempre relaciones de dominación. Pero los procesos de autonomía se inscriben en lógicas de interdependencia, solo adquieren sentido en marcos de vinculación colectiva. Las políticas públicas por tanto afrontan el reto de construir comunidad, de tejer entornos cotidianos configurados por lazos de apoyo mutuo y redes de solidaridad. En la práctica, transitar este eje de innovación implicaría construir una ciudadanía social más fraternal, más republicana. Ello nos conduce a dos áreas paradigmáticas del (nuevo) estado de bienestar. 


 - En primer lugar, la garantía de rentas. En el marco de la sociedad industrial, el salario operó como el gran dispositivo de distribución de la riqueza. El cambio de época altera los parámetros: la generación de valor deviene más social e inmaterial; la centralidad del trabajo pierde fuerza en clave cultural; y la transición ecológica fragiliza empleos y antiguos esquemas productivos.  Es aquí donde la renta básica -una prestación universal, individual e incondicional- podría jugar un papel clave en el camino hacia lógicas innovadoras de ciudadanía social. Se trata de una herramienta que desplaza el ingreso del mercado laboral al terreno de los derechos; amplia el perímetro de la desmercantilización hacia la garantía de las bases materiales de la vida. La renda básica conecta ciudadanía social con autonomía personal, empodera frente a escenarios de dominación y genera, a la vez, condiciones para la articulación de vínculos y redes de apoyo mutuo. 


-  En segundo lugar, los cuidados. La causa de la fraternidad se disputa, sobre todo, en el campo de los cuidados cotidianos y de las prácticas comunitarias de reciprocidad. En escenarios de innovación social, el derecho a los cuidados debería adquirir un nivel de universalidad y garantía equivalente a la salud y la educación; y las políticas públicas de cuidados un grado de centralidad homologable a las políticas clásicas del estado de bienestar. En los instrumentos de acción se abre un abanico de posibilidades: desde prestaciones universales por crianza y redes socioeducativas de pequeña infancia, hasta fórmulas de articulación comunitaria inscritas en agendas feministas (el programa municipal ‘Vila Veïna’ en Barcelona…).  En síntesis, derechos subjetivos, políticas públicas y prácticas colectivas de cuidados que reconocen vulnerabilidades e interdependencias; pero reducen riesgos de exclusión relacional y contribuyen a fortalecer estructuras de solidaridad.


Democratizar (construir lo común). El estado de bienestar desarrolló un esquema burocrático de gestión pública de raíz weberiana: estructuras administrativas rígidas; estandarización de servicios; y paternalismo profesional que relega a los ciudadanos a roles pasivos. La ofensiva neoliberal diseñó después el modelo de la ‘nueva gestión pública’ (NGP): transferencia de la lógica mercantil al ámbito público, externalizaciones y sustitución de ciudadanos por clientes. Hoy, la redefinición del bienestar en clave democrática implica asumir el giro hacia lo común: superar tanto el monopolismo burocrático como la NGP; y llevar la protección colectiva a lógicas de participación ciudadana. Democratizar los derechos sociales supone articular lo institucional y lo comunitario: trabajar en las intersecciones entre el potencial universalista de las políticas públicas y el potencial cooperativo de las prácticas ciudadanas. Supone construir una esfera compartida donde enlazar coproducción de políticas, acuerdos público-comunitarios y dinámicas de acción colectiva vinculadas a la autogestión de derechos. Es un cambio de paradigma. Un estado de bienestar orientado a vertebrar lo común más que a gestionar burocracias: del welfare al commonfare.


Y de la teoría a la práctica. En el doble contexto reciente de crisis y transiciones, surge un nuevo conjunto de iniciativas sociales que operan como motor democratizador de la esfera colectiva: conectan la movilización a la construcción de lo común. Adoptan formas de ‘autonomía’ urbana (viviendas recuperadas, escuelas populares, espacios autogestionados); innovación social (crianza compartida, huertos vecinales, economía cooperativa); y apoyo mutuo (redes comunitarias ante vulnerabilidades relacionales o materiales). La conexión entre políticas sociales innovadoras y este tipo de acción colectiva permite superar el dilema clásico en términos de institucionalidad versus resistencia; hace posible -más allá de ese binarismo- generar un espacio de articulación de estructuras público-comunitarias, tejidas en torno a tres posibles lógicas. La lógica temática: coproducción de políticas sectoriales por medio de redes horizontales que suman recursos públicos e inteligencias colectivas (viviendas cooperativas, comunidades energéticas locales…). La lógica infraestructural: programas de patrimonio ciudadano y gestión cívica. Los  equipamientos públicos de proximidad (ateneos, bibliotecas, escuelas infantiles…) han ido configurando la geografía física del bienestar. La gestión cívica (por medio del tejido asociativo del territorio) crea las condiciones para convertirlos también en su ecosistema comunal y democrático: de servicios públicos a lugares de creación colectiva de ciudadanía (los ‘palacios del pueblo’ de Klinenberg). La lógica vecinal: dinámicas creadoras de barrios y comunidades fuertes, con capacidades para la resolución de problemas y la mejora de condiciones de vida. Aquí, la regeneración de áreas vulnerables desde la acción sociocomunitaria, o el apoyo público a ecosistemas territoriales de economía social (el programa de ‘comunalidades urbanas’ en Catalunya), pueden considerarse estrategias de referencias. 


Territorializar (construir arraigo). La sociedad industrial generó marcos nacionales de gestión del conflicto de clases, el contrato social fraguó en el espacio de los estados. Los regímenes de bienestar se construyeron bajo instituciones centralizadas. Hacia finales del siglo XX, el esquema territorial empieza a alterarse: irrumpe la reestructuración en el espacio de políticas públicas y prácticas colectivas. Las ciudades, en este proceso, mantienen abierta la ventana colectiva y democrática: la proximidad como espacio donde tratar de proteger sin cerrar; los gobiernos locales como palanca de protección de derechos básicos y de empoderamiento comunitario. Se trata de fijar la agenda urbana, el bienestar de proximidad y las estrategias locales de transición verde en el núcleo del nuevo contrato ecosocial: retornar a las ciudades las lógicas de emancipación que el siglo XX había reservado a los estados. Se dibujaría pues el doble reto de reescribir lo común desde gramáticas de proximidad; y de reubicar en el municipalismo las herramientas clave para hacerlo posible. En síntesis, más poder en los lugares, allí donde las cosas pasan, donde late el talento colectivo para abordarlas.      



Conectar ciudadanía y territorio, en la práctica, implica construir un bienestar más arraigado, más sensible a la posibilidad de cotidianidades dignas. Y es aquí donde operan con fuerza las políticas vinculadas al derecho a la ciudad. Ya en 1968, Henry Lefebvre publicaba Le droit à la ville. Su propuesta implicaba inscribir la transformación social en trazados urbanos: de calles, plazas y barrios. Volvió con David Harvey y su Spaces of hope (2000), en días de alternativas a la globalizacion salvaje. Y ha estallado con fuerza en la última década, al hilo de la acción colectiva urbana a escala global: la defensa de los hábitats populares frente a dinámicas de ‘gentrificación planetaria’ (Loretta Lees). El derecho a la ciudad, como dimensión cotidiana y comunitaria de todos los derechos básicos, gana fuerza en tanto que proyecto de reconstrucción colectiva de una ciudadanía democrática para el siglo XXI. Se concreta en una triple dimensión de políticas entrelazadas: localizar derechos sociales (vivienda y barrios, procesos de acogida, vínculos frente a soledades); generar transiciones ecológicas urbanas (soberanías alimentaria y energética, movilidades saludables)  y forjar economías comunales (redes y territorios cooperativos). En su interacción, esos tres vértices temáticos pueden dar lugar a nuevas lógicas de ciudadanía: la prosperidad compartida y arraigada en entornos habitables.

En síntesis, los procesos orientados a innovar, democratizar y territorializar lo colectivo pueden operar, en un contexto ya maduro de cambio de época, como rutas estratégicas hacia un nuevo contrato ecosocial superador del estado de bienestar clásico. El cruce de valores (intersecciones de fraternidad), las estructuras público-comunitarias (espacios de lo común) y el derecho a la ciudad (procesos de arraigo) emergen como ideas-fuerza principales. Se produce, a partir de ahí, la traducción a políticas públicas y a prácticas colectivas: renta básica y cuidados; lógicas habitacionales alternativas, infraestructuas sociales y territorios cooperativos; planes de barrios  y transiciones energéticas de proximidad… Un amplio abanico donde asentar las bases de una ciudadanía social posible para el siglo XXI. Frente a la construcción reaccionaria de miedos y odios, una propuesta para explorar caminos de más democracia; para alzar -de forma discreta- utopías cotidianas de esperanza.


Més enllà de l'eix dreta/esquerra. Noves cartografies polítiques

Article publicat a Crític (octubre del 2024) https://www.elcritic.cat/opinio/ricard-goma/mes-enlla-de-eix-dretaesquerra-noves-cartografies-politiques-217369

Hem deixat enrere els paràmetres que van vertebrar la societat industrial, tant ‘l’esperit del 45’ (el de la pel·lícula de Ken Loach) com les seves impugnacions neoliberals. No té sentit seguir estirant els marcs interpretatius -les claus ideològiques- construides al segle XX. El temps nou que vivim es va dibuixant en territoris intersticials, entre -i més enllà de- les dinàmiques recents de crisi i d’emergència (climàtica, habitacional…). S’han desplegat les grans transicions de canvi d’època. Es van teixint les coordenades d’una nova era que anem desxifrant a cop d’incerteses radicals, tecnologies disruptives, fragilitats vitals, complexitats socials i riscos ambientals inèdits. És ben clar que tot això es trasllada a l’àmbit de la política, i s’expressa amb força en el seu conjunt d’esferes. Impacta sobre arquitectures institucionals anacròniques; genera noves lògiques d’acció col·lectiva; provoca un desencaix de fons entre les polítiques públiques clàssiques i la cartografia actual de bretxes i valors. Hi ha una esfera de la política democràtica on els efectes del canvi d’època alteren el paisatge d’una forma especialment intensa: els eixos que estructuren els conflictes es diversifiquen; i els actors que les protagonitzen incorporen relats i pràctiques sense precedents. Estirem el fil. 

Al llarg del segle passat, l’expressió política del conflicte social es va articular en l’eix tradicional dreta/esquerra.  Una tensió ideològica de naturalesa unidimensional a l’entorn de les condicions materials de vida i la seva desigual distribució entre classes. El contracte de benestar del segle XX -i les seves disputes- es van escriure amb la gramàtica de l’antagonisme capital-treball. En canvi, les relacions de gènere i afectives, l’organització de les cures, les discriminacions socioculturals, o l’habitabilitat del planeta van quedar bàsicament inalterades.  I amb una presència molt feble o inexistent en els marcs ideològics i d’acció col·lectiva de l’esquerra clàssica. Però el canvi d’època ho sacseja tot. L’erosió de velles identitats i la irrupció de mapes d’heterogeneïtat quotidiana en múltiples vessants (origen, gènere, cicles de vida, models de llar…) va creant noves subjectivitats, valors i narratives. Esclata el procés d’individualització; però es van forjant, també, noves capacitats d’agència. El conflicte social (lluny de diluir-se en cap utopia de posmodernitat) adopta un format multidimensional, amb eixos emergents que interseccionen. 

La tensió dreta/esquerra persisteix en el terreny de les fractures materials. Ho fa, tanmateix, en termes redefinits. La reproducció intergeneracional i heredada de la desigualtat, la transició digital i la financiarització global connectada al mercat immobiliari -els habitatges com a actius financers per especular- esdevenen els elements més nítidament constitutius del capitalisme del segle XXI. En aquest context, la impugnació dretana de la igualtat roman activa, reorientada ara a blindar privilegis, lògiques rendistes  i processos de despossessió. En l’espai ideològic de l’esquerra -més enllà de nostalgies obreristes i ‘solucions’ estatistes- es van obrint pas pràctiques d’articulació d’economies democràtiques i comunals, així com propostes d’innovació de drets socials (renda bàsica, habitatge, cures...). A partir d’aquí, el ventall d’eixos i d’actors s’amplia. Al llarg dels últims anys, la ciència política ha anat explorant el que es coneix com la dimensió ‘gal-tan’. Un eix que travessa el binomi dreta/esquerra i que ubica en un pol l’espai ‘green-alternative-libertarian’ (gal) i en l’altre extrem el ‘traditional-autohoritarian-nationalist’ (tan). Treballant sobre aquesta lògica, però reprenent la perspectiva de les grans transicions, es fa possible connectar els conflictes emergents a les dimensions política, ecològica i sociocultural  del canvi d’època

En la dimensió política sorgeix, en clau reaccionària, un autoritarisme posdemocràtic que impulsa dinàmiques de concentració de poder i de reformulació autocràtica de les regles institucionals del joc. Des d’una lògica alternativa, els processos d’innovació democràtica aposten per articular la millora de la representació amb lògiques participatives, amb coproducció de polítiques i estructures públic-comunitàries (eix autocràcia/democràcia). En la dimensió ecològica s’atrinxeren formes diverses de negacionisme climàtic -en el relat i/o en la praxi- orientades a la defensa d’esquemes i infraestructures pròpies de l’era fòssil. Però es tracen també nous paradigmes, situant la transició ecosocial i el green new deal com a clau de volta de transformació (eix gris/verd). En la dimensió sociocultural cristal·litzen dues clivelles. Es recuperen, en primer lloc, estratègies d’enduriment de fronteres -estat fortalesa- amb components de racisme i islamofòbia: son pràctiques i narratives vinculades a models de nacionalpopulisme, reticents a processos de sobiranies compartides. Enfront a això, s’obren pas perspectives que situen l’acollida, la diversitat i la federalització d’Europa en el centre del projecte col·lectiu (eix tancar/obrir). Apareixen, en segon lloc, reaccions cap a refugis de conservadurisme moral, expressats en termes de masclisme, homofòbia i transexclusió. Es declinen, en sentit contrari, propostes que situen els drets feministes i LGTBIQ+ com a vertebradors de noves gramàtiques de futur (eix tradició/autonomia).

La configuració d’aquest terreny d’eixos múltiples reflecteix dinàmiques recents. En el conjunt de societats democràtiques, al llarg de les últimes dècades, s’ha anat desplegant un cicle d’avenços -desiguals però rellevants- en polítiques verdes, multiculturalitat, lleis d’igualtat i autodeterminació de gènere. Conquestes impulsades i sostingudes per un camp d’acció col·lectiva on l’objectiu d’igualtat econòmica s’ha articulat a la cura de la democràcia, i a l’aposta per les dimensions ecològica i cultural de la justícia social. Un context on, tanmateix, les retòriques de la intransigència (Hirschman) s’han tornat a activar. L’actual onada reaccionària prioritza la construcció de significats i repertoris d’acció orientats a la restauració d’ordres tradicionals: jerarquies, autoritat i punitivisme; mobilitats motoritzades; imaginaris d’homogeneïtat anticosmopolita; marcs nacional-conservadors (de Putin a Bolsonaro passant per Le Pen). I ho fa, en les seves expressions més nítides, des de gramàtiques d’odi que travessen el conjunt de dimensions: ecofòbia, islamofòbia, transfòbia (de Trump a Orban, passant per l’AfD i la BSW a Alemanya). L’agenda socioeconòmica, que va operar en clau privatitzadora com a referent ideològic del cicle neoliberal, es manté ara en el terreny programàtic, però s’afebleix com a bandera política (potser amb l’excepció de Milei a Argentina).  

Les cartografies del conflicte, en síntesi, s’alteren en context de canvi d’època; a) guanyen complexitat, més enllà de l’eix clàssic dreta/esquerra; b) es forcen costures democràtiques, des de processos d’autocratització i retòriques/polítiques d’odi  com a doble motor de la (nova) lògica reaccionària; c) cristal·litzen interseccions: els marcs verds i feministes, per exemple, tendeixen a ser més transversals; o l’agenda cultural neoconservadora és assumida per espais diversos del mapa ideològic clàssic, a dreta i esquerra. La correlació de forces dibuixa geografies en tensió. El règim de guerra -la invasió d’Ucraïna, el genocidi a Palestina...- i la centralitat política dels estats juguen a favor de dinàmiques d’involució. L’agenda progressista, en canvi, explora i transita molt millor camins de futur en l’esfera de la política i les pràctiques de proximitat, del (nou) municipalisme. Allà on es palpen de manera quotidiana mixtures i vincles, allà on es despleguen gramàtiques feministes i de vida, enfront la construcció partidista i mediàtica d’odis i pors. Això, però, requereix reflexions més acurades. Queda pendent. 


Els 40 anys de l'Institut Metròpoli. Recerca urbana per transformar

Article publicat a Catalunya Metropolitana (octubre 2024) https://catalunyametropolitana.cat/els-40-anys-de-linstitut-metropoli-recerca-urbana-per-transformar/

Aquesta setmana hem celebrat els 40 anys de l’Institut Metròpoli. El 18 d’octubre del 1984, l’alcalde Pasqual Maragall presidia l’acte de naixement de l’Institut d’Estudis Metropolitans de Barcelona (l’acompanyaven Antoni Serra Ramoneda, rector de l’Autònoma i Josep M. Figueras, president de la Cambra). Maragall també presidia, llavors,  la corporació metropolitana. Cinc anys abans havia defensat la seva tesi doctoral d’economia urbana, sobre els preus del sòl, a la Universitat Autònoma. Les bases del que avui és l’Institut Metròpoli estaven posades. Al llarg de quatre dècades, el projecte de ‘recerca urbana per transformar’ ha anat acompanyant, de forma sostinguda, els canvis en l’àmbit metropolità. 

La metròpoli: quatre dècades de canvis, un present de reptes

Tornem breument al 84. Feia una dècada que l’àrea metropolitana explorava ja camins de governança; s’havia complert el primer mandat de municipalisme democràtic (amb majories d’esquerres i alcaldies de referència, com la de Toni Farrés a Sabadell); les ciutats creuaven una crisi dura, que desmantellava els seus teixits industrials; les fractures socials tot just es començaven a cosir. Els barris acumulaven anys de lluites i de construcció de vincles: poc abans Manuel Vital havia pujat el 47 a Torre Baró; poc després les dones del Pomar a Badalona segrestaven 14 autobusos; amb el Pla Popular, Xavier Valls i el veïnat empenyien Santa Coloma de suburbi a ciutat; Custodia Moreno i moltes altres dones transformaven el Carmel. 

La metròpoli no ha deixat de bategar. Han estat 40 anys, en què s’han desplegat canvis demogràfics, cicles migratoris, transició digital, emergència climàtica, noves vulnerabilitats… I també eines de planejament, polítiques públiques i pràctiques comunitàries que han promogut nous equilibris territorials i millores en prosperitat, cohesió i sostenibilitat. Quatre dècades amb marcs inestables de governança metropolitana: amb etapes complicades, sense els instruments de poder democràtic i territorial necessaris; i amb etapes també de reconstrucció institucional i formulació de projectes estratègics. Al llarg d’aquests anys, la metròpoli ha anat superant l’esquema de jerarquia entre Barcelona i corones crescudes amb lògica de perifèria. 

El 2024, la ciutat metropolitana és un entramat de barris i municipis que han forjat projectes i identitats col·lectives, que han dotat l’àrea d’una estructura policèntrica. La metròpoli de Barcelona és avui el marc de quotidianitat, alhora vibrant i fràgil, de cinc milions de persones i centenars de comunitats diverses; un mosaic d’entorns d’alt valor ecològic; un espai de creativitat i innovació. Tenim un territori dinàmic, però amb fractures urbanes persistents i nous eixos de vulnerabilitat. Tenim una metròpoli amb transicions ecològiques i demogràfiques en marxa, però amb esquemes socials i econòmics encara poc sostenibles. Tenim institucions i arquitectures de governança, però sense vincles directes de representació ciutadana.   

D’esquerra a dreta: Javier Lafuente rector UAB, Raquel Gil regidora promocio economica i treball del ajuntament de Barcelona, Ricard Gomà director Institut Metropoli

En aquest context, les xifres són indefugibles: ens ajuden a objectivar percepcions i a evidenciar tendències. Des de fa uns anys, l’Institut elabora ‘La metròpoli en 100 indicadors’ (hi pots accedir des d’aquesta mateixa web del Catalunya Metropolitana), una publicació anual on es decanten variables clau, en múltiples dimensions. Voldria destacar-ne cinc. En primer lloc, la metròpoli del 2024 ha respost a la pandèmia i a la crisi amb dinamisme i fortalesa, amb unes xifres d’ocupació en màxims històrics: 1,9 milions de persones treballen al territori de l’àrea (+ del 50% en un municipi diferent del de residència). La temporalitat, alhora, s’ha reduït de forma substancial. En segon lloc, un altre màxim -ara ben preocupant-: el lloguer enfilat per sobre dels 1.000€ a l’àrea metropolitana, i a la ratlla dels 1.150€ a Barcelona: nivells mitjans que absorbeixen gairebé el 100% del salari mínim. És socialment insostenible. En tercer lloc, les desigualtats urbanes, socials i climàtiques s’entrellacen. Ho fan, per exemple, en els barris més vulnerables, o en les llars amb pobresa infantil i energètica, de forma encara persistent. Tenim, en quart lloc, una mobilitat metropolitana que creix i avança, alhora, en quotes relatives de sostenibilitat. El transport públic i la mobilitat activa guanyen pes. L’ús del vehicle privat, així i tot, se situa, encara avui, per sobre del transport públic. Finalment, la governança i els instruments de política pública s’enforteixen: de la integració tarifària al pla de barris; del PDU al pla estratègic i l’aposta regional. Tanmateix, la capacitat de despesa municipal per habitant és molt menor allà on les necessitats són més altes. Molt camí a recórrer en clau redistributiva. 

La imatge és complexa i plena de matisos; no admet el traç gruixut. Les xifres ens parlen, però s’han de desxifrar. A l’Institut, en el marc de l’Estratègia 2024-2027 ho hem fet en forma de reptes, en relació amb els quals ens comprometem a articular estratègies de coneixement. El repte d’una metròpoli compromesa amb la transició ecològica i resilient al canvi climàtic: un horitzó de mobilitat i alimentació sostenibles; d’infraestructura verda i ciutats amb mixtura d’usos. El repte, en segon lloc, de transitar cap a economies dinàmiques, innovadores i descarbonitzades;  cap a mercats de treball amb millors salaris i menys bretxes de gènere. El repte, en tercer lloc, de construir igualtat i superar discriminacions; de treballar per reduir les dinàmiques d’exclusió dels col·lectius més vulnerables. El repte, en quart lloc, d’una metròpoli amb cohesió urbana i territorial, vincles comunitaris i seguretat residencial. Una metròpoli, per últim, vertebrada per una governança democràtica i cooperativa, amb capacitat d’articular, en clau institucional, la complexitat del territori metropolità.

L’Institut, 40 anys de conèixer per transformar. Un projecte de futur.  

Han estat 40 anys, en què de forma, ara sí, ininterrompuda (malgrat totes les incerteses) l’Institut no ha deixat de generar i compartir un cúmul rellevant de coneixement metropolità. Ara celebrem història i projecte, memòria i aposta de futur. Quatre dècades de recerca sòlida vinculada a una metròpoli dinàmica. Són les bases que han fonamentat els dos elements clau del model. La fidelitat, d’una banda, a la construcció de camins entre coneixement i pràctica; de ponts entre el sistema universitari i les institucions; d’articular una lògica de frontissa entre l’anàlisi, les polítiques i la governança de l’àrea i la regió metropolitana. L’aposta persistent, d’altra banda, per construir un espai de coneixement interdisciplinari: un espai que no només desborda perspectives i llenguatges, sinó que els posa també en diàleg per produir sabers més rellevants. L’Institut ha estat i és un laboratori urbà de ciències socials orientat a entendre els codis de la metròpoli; i a sintonitzar-los amb propostes estratègiques de transformació.

Seu actual Institut Metropoli parc recerca UAB

Al llarg dels anys més recents, hem treballat per posar unes bases sòlides en l’abordatge dels reptes actuals: hem crescut i ens hem diversificat. L’Institut ha crescut, perquè les crisis i la pandèmia han posat de manifest que la recerca urbana i les ciències socials són imprescindibles: per analitzar complexitats emergents i per explorar respostes a situacions complexes. I s’ha diversificat per reunir mirades i desafiar fronteres: l’Institut és avui un espai d’hibridació -tant fèrtil com necessària- entre trajectòries, perfils i aproximacions diverses a la metròpoli; un espai que ha materialitzat l’aposta de sumar, en un projecte comú, l’Institut Infància i l’Observatori Metropolità de l’Habitatge. Hem recorregut aquest trajecte recentment equipats amb tres grans eines: una recerca arrelada en trajectòries sòlides; un compromís intens amb la transferència; i un espai de formació avançada: el màster Metròpoli d’estudis urbans. Un punt de partida que ens aporta confiança per construir les aportacions als nous reptes metropolitans, per caminar amb empenta cap a l’horitzó 2030. 

L’Estratègia de futur referma la triple dimensió de l’Institut: 

  • En l’àmbit de recerca, avancem en l’articulació d’una sòlida infraestructura de coneixement metropolità, a través d’enquestes històriques i recents; de sistemes d’informació i la construcció de bases estadístiques i cartogràfiques. Avancem també en el desplegament del programa d’investigació aplicada, amb projectes nítidament col·laboratius, oberts a mètodes emergents i a plantejaments innovadors. I seguim alimentant, finalment, la nostra dimensió de recerca bàsica, per mitjà de la participació i el lideratge en xarxes europees i estatals; a través també de l’enfortiment de vincles amb instituts i grups de recerca universitaris. 
  • En segon lloc, la transferència continuarà sent una aposta prioritària de l’Institut. El model que sostenim considera indissociable generar i compartir coneixements. I fer-ho per mitjà d’eines clau: el màxim d’obertura i transparència de dades i anàlisis; canals estables de difusió; i espais de presentació i debat públic de recerques. Avançarem també en processos de ciència ciutadana: ho estem fent en biodiversitat (a parcs i platges) i en adaptació a la calor (a escoles i barris metropolitans): perquè és en les comunitats on bateguen intel·ligències col·lectives, perquè no hi ha coneixement rigorós si no s’incorporen els sabers vivencials de la ciutadania. 
  • Finalment, no deixarem d’aportar formació als reptes de la metròpoli. Estem a punt d’arrencar la vuitena edició del màster Metròpoli d’Estudis Urbans. Set edicions avui ja completades: a la ratlla de 140 estudiants, un pla d’estudis proper als programes més reconeguts d’àmbit internacional; i un excel·lent equip docent. S’obren ara nous horitzons: desenvolupar nous formats (microcredencials, aprenentatge basat en reptes…) i aprofundir la col·laboració amb altres postgraus, com estem fent ja amb el d’estudis cooperatius. 

Seguirem treballant, en síntesi, per construir confiança, com a Institut de referència. Sabem que el coneixement només és rellevant si és acadèmicament rigorós; si és col·lectiu i basat en la cooperació; si esdevé útil en termes de millora i transformació col·lectiva. L’agenda de treball de l’Institut la determina la ciutadania: a través de les universitats públiques, els governs locals i el teixit social. L’Institut Metròpoli és avui un dels millors centres europeus de recerca urbana; no hauria de renunciar a bastir un ‘palau del poble’ del coneixement. Hem situat en el centre de la celebració dels 40 anys el reconeixement a les aportacions de tothom i l’agraïment a la cadena de complicitats que han teixit els fils de continuïtat i millora del projecte. Avui l’Institut és un col·lectiu excel·lent en la dimensió professional i, encara més, humana. És el seu valor més sòlid. Ser fidels al model i a l’impuls sostingut de transformació és la millor garantia per transitar amb sentit nous camins. Seguim.